Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.
Si todo parecía ir tan bien, ¿por qué el Perú está nuevamente al borde del abismo?, parecen preguntarse observadores extranjeros. Tal vez la respuesta sea que no todo iba igual de bien, y que aunque un desenlace dantesco cabe dentro de lo posible, lo más probable es que el nuevo gobierno no represente un cambio radical del status quo.
Para empezar, la derecha moderada, que representaba la continuidad política y económica de ese status quo, podría haber ganado esta elección, de no haber dividido su voto. Aun dejando de lado el voto del ex alcalde de Lima, Luis Castañeda (difícil de escrutar, como el propio personaje), Alejandro Toledo y Pedro Pablo Kuczynski para muchos electores representaban opciones intercambiables (de hecho hubo un trasvase de votos entre ellos, no en vano el segundo fue primer ministro y ministro de Economía durante el gobierno del primero). De haberse concentrado el voto que obtuvieron ambos en un solo candidato, Toledo hubiera pasado a la segunda vuelta en el primer lugar. Pero al dividirse el mismo espacio electoral, la suerte de sus respectivas candidaturas podría representarse a través de una metáfora: eran como siameses en estado crítico que compartían órganos vitales. O bien perecían juntos, o bien eran separados quirúrgicamente, sacrificando una de las candidaturas. Y ocurrió lo primero.
En cuanto a Humala y Fujimori, parte de sus respectivos electorados ve al otro candidato como su Némesis personal, encarnación de todo aquello que temen y odian. Pero al menos parte de su electorado popular (sobre todo rural) no parece percibirlos como opciones antagónicas (no en vano a través de los años se han producido en las encuestas trasvases en la intención de voto entre ambos candidatos).
Esbozo una posible interpretación de ese hecho. En la mitología griega, Némesis era la diosa de la justicia retributiva o en buen romance, de la venganza. La interpretación alternativa podría ser una paráfrasis de esa condición: sin necesariamente buscar cambios dramáticos en el status quo, un sector del electorado podría haber votado motivado por criterios de justicia redistributiva, un claro déficit en las gestiones, tanto de Toledo como de García.
No sería por ende un electorado radical (ni de izquierda ni de derecha), sino uno relativamente moderado que buscaría (reconozcan o no la frase) lo que algunos analistas denominan vagamente “inclusión social” (la cual, por cierto, fue el tema central de la primera Conferencia Anual de Ejecutivos, tras la ajustada derrota electoral de Humala en las presidenciales de 2006). De hecho, según diversas encuestas, el votante medio en el Perú se ubica alrededor del centro político, y no en los extremos del espectro.
No sería por ende un electorado radical (ni de izquierda ni de derecha), sino uno relativamente moderado que buscaría (reconozcan o no la frase) lo que algunos analistas denominan vagamente “inclusión social” (la cual, por cierto, fue el tema central de la primera Conferencia Anual de Ejecutivos, tras la ajustada derrota electoral de Humala en las presidenciales de 2006). De hecho, según diversas encuestas, el votante medio en el Perú se ubica alrededor del centro político, y no en los extremos del espectro.
Un estudio de quien fuera economista jefe del BID, Ricardo Hausmann, respaldaría esa interpretación. El estudio encuentra una relación empírica, contra intuitiva, entre desempeño económico y resultados electorales en varios países de América Latina: cuando los términos de intercambio favorecen a los Estados que exportan recursos primarios (particularmente extractivos, es decir, minería, petróleo o gas), el votante medio prefiere opciones de política que denomina “nacionalistas” (V., intervencionistas).
En cambio, cuando la economía entra en recesión, el votante medio prefiere políticas de estabilización. Lo cual sugiere que cuando la economía crece debido a la exportación de recursos extractivos que suelen ser de propiedad pública, el votante medio espera que el Estado (que a fin de cuentas es el dueño del recurso) intervenga para redistribuir los frutos de la bonanza.
En cambio, cuando la economía entra en recesión, el votante medio prefiere políticas de estabilización. Lo cual sugiere que cuando la economía crece debido a la exportación de recursos extractivos que suelen ser de propiedad pública, el votante medio espera que el Estado (que a fin de cuentas es el dueño del recurso) intervenga para redistribuir los frutos de la bonanza.
No es casual, por ejemplo, que una de las propuestas medulares de Ollanta Humala sea el establecer un impuesto a las rentas mineras producto de los altos precios internacionales. Se podrá discutir las bondades de la propuesta, pero no sostener que se trata de una ideal radical: estamos hablando de lo que en inglés se denomina “Windfall Profits”, que en su momento se aplicara incluso en los Estados Unidos (en otros países de economía liberal no hay necesidad de medidas como esa, porque los contratos incluyen cláusulas de contingencia que regulan el monto de las regalías con base en la cotización internacional del recurso).
Aunque visto desde la cúspide de la estratificación social el gobierno de Fujimori se asocia con una menor presencia del Estado en la economía y la sociedad, visto desde la base la perspectiva es diferente: el Estado recuperó presencia en el territorio nacional con los avances en la lucha contra-subversiva, y el gasto social per cápita se eleva desde un nivel de alrededor de US$12 en 1990, hasta alcanzar los US$176 en 1997 (cosa que fue posible porque entre 1990 y 1997 la presión tributaria pasa de 7,3% a 14,1%, presión que Humala pretende elevar, dado que sigue siendo inferior al promedio latinoamericano). En síntesis, podría decirse que tal vez ambas candidaturas sean asociadas por buena parte de sus electores con una mayor presencia del Estado en los asuntos públicos (a diferencia de las candidaturas que representaban el status quo).
Claro que en el caso de Ollanta Humala se presume además que, pese a su nueva devoción por Lula, en su fuero interno sigue embelesado con el modelo de Chávez. Lo cual es francamente inverosímil, porque si bien las limitaciones de ese modelo no eran del todo aparentes durante las elecciones de 2006 (cuando Humala era percibido como el candidato de Chávez), éste ha sufrido un colapso dramático desde entonces. Con el agravante de que, a diferencia de Venezuela, el Perú no cuenta con una de las mayores reservas mundiales de petróleo (recurso cuya cotización supera hoy los US$120 por barril), como mecanismo para paliar el desastre. Es decir, habría que padecer de una ignorancia supina para ver en el modelo de Chávez una experiencia digna de réplica.
Pero eso sería exactamente lo que padecen Humala y la mayoría de sus electores, según buena parte de la élite del país. Élite que por lo demás se precia de ser cultivada. Tal vez, pero su formación intelectual adolece de una gran vacío: no tienen la menor cultura teatral.
Cuando de escenificar elecciones se trata, tienen una pasmosa proclividad hacia la sobreactuación, y no conocen ningún género teatral que no sea la tragedia griega. Según ellos, siempre el candidato contrario a sus preferencias representa el salto al abismo, posible únicamente porque el votante medio se parecería a esos roedores que seguían embelesados al flautista de Hamelin hacia el precipicio (sin alusión alguna a Kuczynsky y su afición por la flauta).
Cuando de escenificar elecciones se trata, tienen una pasmosa proclividad hacia la sobreactuación, y no conocen ningún género teatral que no sea la tragedia griega. Según ellos, siempre el candidato contrario a sus preferencias representa el salto al abismo, posible únicamente porque el votante medio se parecería a esos roedores que seguían embelesados al flautista de Hamelin hacia el precipicio (sin alusión alguna a Kuczynsky y su afición por la flauta).
Además tienen problemas para recordar su libreto, porque pese a ser siempre el mismo, confunden siempre a los personajes: en 1985 los ignorantes eran aquellos que votaban por Alan García; en 2006 los ignorantes eran aquellos que no votaban por Alan García. En 1990, los ignorantes eran aquellos que votaban por Fujimori; ahora son aquellos que no votan por Fujimori. En 1990, Mario Vargas Llosa era el redentor del país, hoy es el tonto útil de Humala (candidato por antonomasia de los ignorantes). En 1990, algunos partidarios del derrotado candidato Vargas Llosa clamaban al cielo por un golpe de Estado que previniera el salto al abismo representado por Alberto Fujimori. En 1992, esas mismas gentes aplaudían a rabiar el golpe de Estado perpetrado por Alberto Fujimori. Fiel a su tradición, ahora algunos de ellos lanzan una página de Facebook intitulada “Golpe de Estado si gana Humala”. Quien llama al golpe de Estado en caso de perder su candidato, probablemente no tenga inconveniente en recurrir a malas artes para prevenir esa posibilidad. Sólo en caso de que esas malas artes no surtan el efecto deseado se llamaría a patear el tablero. ¿Esa actitud les recuerda a alguien? A mí me recuerda a Hugo Chávez.
En resumidas cuentas, no niego que el descalabro (político, económico, o ambos), sea una posibilidad. Sólo sugiero que no es la única posibilidad, y que tal vez no sea la más probable. No imiten a esos predicadores febriles que deambulan por el mundo portando premoniciones ominosas como “El Final se Acerca”. Y si de veras creen que el fin está cerca, mejor sigan la recomendación de Simón Le Bon (cantante de Duran Duran), que al recrudecer la Guerra Fría durante los 80 sentenciaba: “si de todos modos nos va a caer la bomba, al menos que nos encuentre bailando”. A propósito, la Guerra Fría llegó a su fin pocos años después.
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