Una figura de cera del Papa en un bus turístico junto a la puerta de Brandemburgo, en Berlín Jens Kalaene / AFP |
Por Rafael Poch
El papa alemán inicia hoy una visita de cuatro días a Alemania, con tres etapas: Berlín, Erfurt y Friburgo. Alemania es un país religiosamente repartido casi a partes iguales entre protestantes –25 millones, mayormente en el norte y el este– y católicos, 24,5 millones, sobre todo en el sur y oeste. Las dos primeras etapas, Berlín y Erfurt, son en territorio de mayoría protestante. En Erfurt, donde Lutero vivió una temporada, los católicos representan el 8%; en Berlín, el 9%.
En la capital, el Papa será recibido hoy por tres autoridades, todas ellas en falso según la moral católica: el presidente Christian Wulff –un católico divorciado y vuelto a casar–, la canciller Angela Merkel –una protestante hija de pastor, en idéntica situación– y el alcalde de Berlín, Klaus Wowereit, un homosexual y católico que dice simpatizar con las protestas que se preparan. El Papa intervendrá esta tarde ante el Bundestag. Por la tarde oficiará una misa multitudinaria en el estadio construido por Hitler para los Juegos Olímpicos de 1936, donde ya Juan Pablo II lo hizo en 1996. La visita concluirá el domingo en Friburgo, donde los católicos representan el 42%.
Un significativo ambiente de enfado rodea esta visita de Benedicto XVI a su país. Parece que el factor nacional se haya traducido en una especial beligerancia contra el Papa romano, algo que ni su predecesor, el polaco Wojtyla, ni otros líderes religiosos –como el Dalái Lama, que aquí goza de una adoración exenta de toda crítica– merecieron en su día.
La absoluta mayoría de los alemanes, un 86%, según una encuesta de la semana pasada, considera irrelevante la visita papal. Sólo un 14% la declara importante. El 53% no espera ningún impulso decisivo a la liberalización de la Iglesia católica.
Buena parte de los diputados del Bundestag (se habla de un centenar) se ausentarán cuando Benedicto XVI pronuncie un discurso ante la cámara. Las ausencias se rellenarán con invitados. El cardenal de Maguncia, Karl Lehmann, ha tenido que defender la oportunidad de que el Papa se dirija al Parlamento de un país en el que más de una cuarta parte de sus 80 millones de habitantes son católicos, ante las críticas recibidas. En la calle se preparan manifestaciones de protesta, de hasta 20.000 personas en Berlín. ¿Cuál es la sustancia de este sentir?
En el desagrado alemán hacia Benedicto XVI hay algo bastante intelectual. Esta es una nación de filósofos y teólogos en la que muchos parecen enfadados con el papa teólogo bávaro Josef Ratzinger. Lo que la nación no se pudo permitir con un papa de Polonia, una nación que Alemania martirizó en la historia reciente y que tenía un respetable pedigrí de luchador contra un régimen no democrático, se lo permite con un compatriota. No es un resentimiento anticlerical visceral, a la española, que refleja ecos de una reacción inconfundiblemente católica en lo cultural por agravios seculares atribuidos a la Iglesia, sino un enfado intelectual, práctico y concreto de genuina factura luterana y racional.
El Papa irrita hoy al raciocinio alemán de una forma parecida a las indulgencias (dinero que compraba pecados) que sublevaron a la Alemania reformadora del siglo XVI. El reproche por la discriminación de mujeres y homosexuales, la posición en temas de sexo, sida, preservativos y aborto, y lo que se percibe como insuficiencias en los escándalos de abusos sexuales en instituciones de enseñanza religiosa –un tema que ha irritado mucho a la opinión pública– es lo que subleva al raciocinio alemán a principios del siglo XXI.
Algunos comentaristas que han salido en defensa del Papa consideran que hay inquina contra él y que, como se leyó en el berlinés Tagespiegel, "los izquierdistas alemanes siembran miedos sobre el catolicismo de una forma idéntica a la que practican los populistas de derechas con el islam". Pero el fenómeno del desagrado hacia el Papa alemán va más allá de la ideología y, como en su día el de Lutero, parece más vinculado a una percepción de falta de adaptación al sentido común de los tiempos. La visita del Papa a su país, tercera desde su elección en el 2005, no va a resultar fácil.
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