En la versión peruana de Google, la búsqueda del término "Walter Aduviri" arroja 949,000 resultados, cifra superior a los 866,000 que reporta la búsqueda del mucho más común y corriente nombre "Mauricio Rodríguez" -por si no lo sabía, el presidente regional de Puno elegido en noviembre último. No obstante, si se aplica un filtro por fecha a la búsqueda "Walter Aduviri", se caerá en la cuenta de que sólo 201,000 resultados (21.2% de los actuales) son anteriores a junio último, mes en el cual el presidente del Frente de Defensa de los Derechos Naturales de la Región Puno alcanzó clímax mediático a partir de su encerrona en las instalaciones de Panamericana Televisión. Y también se descubrirá que entre los resultados anteriores a junio, los que corresponden a portales puneños son, en general, críticas o reportes de voces críticas al papel de Aduviri como agitador de conflictos sociales en la región.
Lo anterior refleja diversas cosas. Primero que todo, algo conocido: Hoy, el peso público de un personaje está en directa función a la exposición que le den los medios de comunicación. Porque si se pregunta en Puno por Aduviri, lo que se recibirá por respuesta de parte de los principales representantes del empresariado y el entorno político será que su representatividad está limitada a una pequeña facción aymara de zonas contiguas al Lago Titicaca. Referencias, por cierto, dichas en un tono que en la redacción de Semana Económica hace recordar a cuándo hace dos años, a propósito de la crisis en Bagua, se inquirió a diversas autoridades y representantes empresariales de la selva por la importancia en la zona de Alberto Pizango, a quienes muchos ni siquiera conocían antes de su exposición por medios de comunicación nacionales.
¿Es, entonces, el caso de Aduviri una muestra de que el pueblo aymara rechaza la actividad minera y los modelos de mercado? Pues no y de allí puede extraerse una segunda señal. Sucede que su poder se concentra en las zonas contiguas al Titicaca que son las más bajas en Puno y que la riqueza producto de la minería está más bien concentrada en las zonas altas. No es, pues, un asunto étnico: Huancané, por ejemplo, es una provincia aymara, pero está al norte del Titicaca y su dinámica económica poco o nada tiene que hacer con la minería, por lo cual Aduviri y sus protestas poco o nada lel importan a sus pobladores. O Putina, donde están el ya célebre distrito de La Rinconada y sus enclaves de minería informal, es una zona netamente quechua.
Ambos factores se conjugan para extraer una tercera inferencia: Los estigmas que se han tenido sobre Puno en los últimos años tienen mucho que ver con el desconocimiento que el resto del país tiene de sus pueblos y de sus demandas. Como señala Miguel Ocampo, vicepresidente de la Cámara de Comercio, Industria, Producción, Turismo y Servicios de San Román - Juliaca, en el artículo de portada de la última edición de Semana Económica (SE 1284), cuando ocurrió el alzamiento de Ilave, en el 2004, se difundió la idea de que detrás había una discrepancia entre aymaras y quechuas cuando, en realidad, el móvil era económico: El interés del alcalde que había perdido en las elecciones anteriores por retomar el poder de un municipio clave por gobernar una zona en la que el narcotráfico y la falsificación de dinero dominan el clima de negocios. Y ello permite postular una idea adicional: Puno es una región con mucho músculo económico, cuya masa comerciante de ninguna manera quiere un cambio radical de modelo, pues éste le permite, por ejemplo, abastecer el 35% de la canasta básica de La Paz. El puneño promedio -ése que, como lo mostró Perú Económico de octubre del 2008 ha copado con sus vendedores ambulantes las plazas de armas de todas las principales ciudades del Sur Andino- es pues, ante todo, un hombre de negocios, no un violento agiotista.
¿Entonces, cómo se entiende que Puno haya sido la región que mayor respaldo relativo en votos a nivel nacional le haya dado al actual presidente Ollanta Humala, tanto en primera vuelta (62.7%) como en segunda (73.2%)? Pues porque en Puno sí se quiere un cambio radical: El del interés que el resto del país le toma. Que se desprende del desconocimiento y los estigmas expuestos y que no sólo pasa por gestos políticos, sino sobre todo por atender las demandas tangibles de la sociedad puneña: Grandes obras en infraestructura, principalmente carreteras, que tienen años de espera. Y que si en este lustro no se atienden, pues sí podrán ser el germen de un embalse de expectativas que devenga en más alzamientos, protestas y, no se quiera, violencia. Está advertido el gobierno: Lo que Puno quiere es más y más economía.
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